1900 Parra

En general el día ya iba bien de por sí. Que si sueño, que si cansancio, que si ganas de irme a casa a ver qué tanto puedo resistir la tentación de echar una siestica chiquitica de 8 horas; lo normal, pues, de la llegada de las 4 desde que estoy trabajando en el EBV; pero hoy era distinto. Hoy había comido Pizza en el almuerzo. Ahora mira, que la vida es rara es sus cosas, decía un tipo que seguro no hubiese votado por Peña Nieto, que cuando estoy pasando al lado del auditorio escucho un piano que me llama la atención. 

A ver, contexto.

Desde el 2012 tengo un rollo con la música que no hemos logrado conciliar. Ella muy Palestina y yo muy Israel (porque yo jamás voy a ser el bonachón del asunto), tuvimos unos rollos, ella me dijo cosas que seguro ahora se arrepiente, yo les dije unas cosas que se merecía por regalada, y terminamos en un rompimiento con su consecuente BORRO TODA MIERDA DE MI PC porque me cansé. Y desde entonces es duro, ninguna cosa relacionada a música me llama la atención. Hasta hoy. 

Ese piano decía algo. Ve, estaba vivo. Tuve el vago recuerdo de haber escuchado una vaina así. Algo que me diera esa sensación, pero en el momento no daba con qué, así que decidí perseguir mi curiosidad. Al entrar vi a uno de los asistentes de los profesores de segundo grado, casualmente el grado para el que siempre me preparo más en la biblioteca pues no solo es el más fuerte, también el más estimulante. Peco y confeso, que desde que conocí a este chamo me pareció absolutamente vacío de sentido. Verlo hablar, reaccionar, decir, contar, interactuar, era como ver el fondo de una taza en la que nunca hubo nada. Pero ahí, calladito, o hablando con el piano de la escuela, mira, qué vaina. Qué vaina. 

Me senté, le hice seña que continuara, y continuó. 

No sé describirles la canción. Al menos no si no han probado el helado Faccini. A los que sí, mira, algo así. La frontera entre la Oreo, la Leche Condensada y la epifanía religiosa. 

Al terminar, me cuenta, en su inglés de acento de acá tan marcado, que es de su propia composición. Nota mi cara de pasmo y me sigue contando, que aprendió solito, porque ajá, le gusta la música. Y siempre que esta cerca de un piano, pues lo toca, y chan chan. Mi propio encuentro con un Giovanni Giorgio.

Así, hasta que escucha cualquier cosa, y te la toca porque, nada, entiende ese lenguaje. Y cómo lo habla. Sin acentos. Sin titubeos. Con errores, sí, pero una frescura. ¿Alguna vez han visto a unas teclas sonreír? 

Entonces me di cuenta de a qué me recordó. 





Estoy pero es lo que se llama loco por pasar la Chikikuki y poder tomarme un trago mientras escucho al pana. 

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