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Mostrando entradas de junio, 2016

Venezuela se lo pierde: El Panda - Por Rafael Polanco

La primera impresión que tuve del panda es que era familia de alguien. A ver, no es que sea un golem creado por alguna extraña alquimia, es que la primera vez que lo vi fue en una foto con mi pana Alejandro, con quien compartía un más que curioso parecido. Y después dicen que las fotos no capturan el espíritu. Cosas del azar impulsado por la postmodernidad, que es bonito para “vainas que tiene el Facebook”, unos años después ese mismo carajo y otro puñado de personas serían parte de mi historia; el mejor party que me pudo poner el mundo por delante para lidiar con algo que no fue nada sencillo, emprender el viaje de regreso a casa. Mire usted que sería con el Panda con quien, por un acuerdo de esos sin palabras, compartí un vínculo que viene de haber visto el mundo y habértelo traído por dentro, y no querer soltarlo. Pero la cosa va a más. Primero fue Carlos por cortesía, luego pasó a ser Panda por complicidad y eventualmente Senpai por derecho propio. Sin duda que de Carlos he

Pandaventuras: En camino a Vietnam

En camino a Vietnam: Sao Paulo Pisar la línea que marcaba la salida del espacio nacional de Venezuela en el aeropuerto fue una especie de hito, aunque aún Lucía se queja por lo rápido y poco ceremonial que yo lo hice: simplemente di el paso. Ya afuera hemos estado más sensibles a las diferencias. Los tratos más distintos – más amables, porque los Venezolanos ahorita tenemos dificultades siéndolo – los acentos y ya aquí en Sao Paulo, las lenguas. Empiezo a recordar a los americanos que trabajan en la Escuela Bella Vista, cuando salían conmigo en Maracaibo, y martillaban su español para hacerse entender y mira, sobrevivir. Así me ha tocado con el portugués que, afortunadamente, se parece lo suficiente al español como para yo hacerme entender, como un perfecto idiota, pero hemos comido. Hasta pudimos salvarnos de la evangelización repentina de un aficionado de Pare de Sufrir – no estoy jodiendo – con un EU NO FALAR PORTUGUES. Parar de sufrir, bueno. Para eso estamos saliendo

Mi Querencia VII: Lucero del alba

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Listo. Ya está. Ya debo estar en camino a Vietnam. Si no lo estoy, y tengo internet, corregiré inmediatamente este post en las próximas horas. Si no lo corrijo, la próxima vez que escriba en este blog lo haré desde Vietnam. Me he ido porque estoy buscando al lucero de la mañana que Venezuela me prometió y murió sin poderme dar. Soy el amante que se va, en busca de algo que me alumbre los pasos. Lejos, lejos de esa callaaada soledad del monte, de arenales, de las dunas, de las montañas, del Ávila, de Coquivacoa y del río culebra infinita. No haré cantos de la Venezuela perdida en el tiempo, ya hice lo que tenía que hacer. La extrañaré mucho, y la llevaré conmigo, como la lleva consigo todo el pueblo nómada que somos, en que nos hemos convertido. Pero sépase, que aunque la luz se ha apagado y lo que queda en esa tierra es un no-estado, un no-país, no me he rendido en la idea de que, mira, podemos ser mejores. Y volveré con mejores armas para la lucha: construir un país

Mi Querencia VI: Sillas vacías

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Qué será, que cuando uno sale de último año de secundaria cree uno que se las sabe todas más una. Y esa una que sobra es la que te hace tan especial que, lo sabes, te vas a comer el mundo apenas empieces. Pero para qué empezar hoy, si hoy es celebrar que ya terminaste el último año, hace medio año ya, pero hay que seguir celebrando. Más o menos así comienzan las salidas de los que salen. Y todos salíamos, cuando salíamos mucho, sea a un lugar, a comer, a bailar, a escuchar música, o a casa de un pana. Esa última opción se ha vuelto ahora la sempiterna, la única, porque salir a cualquier otra parte a celebrar es medio suicida y poco también porque ya estamos viejos para la gracia –sí, ya sabemos que no somos especiales un carajo, que a lo mucho somos subespeciales, tan normales que somos a lo mucho una estadística, parte del rating-; pero antes no, antes estábamos jóvenes. E idiotas. Yo no me salvé de mis idioteces. Apenas al salir del colegio ya salía a lugares o casa de pana

Mi Querencia V: La calle

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Siempre me llamó la atención el término “patear la calle”. A lo mucho se le podrá dar un pisotón, pensaba yo cuando chiquito, que lo escuché por primera vez. Se lo escuchaba a este tipo calvo y seriesón que salía en la tele y todo el mundo trataba como la persona más importante de Venezuela. El presidente Pérez, que pateaba la calle. ¿Y qué le había hecho la pobre calle? A mí me caía bien la calle. No veía razón para patearla. A ver, si corríamos mucho en ella. Cada tarde a las 3 después de terminar la tarea era hora de salir a jugar con los de la calle. Los muchachos. Neutro, que incluía muchachas también que eran parte de los muchachos pues. El escondite, el toquitoqui, cuidado al cruzar la calle, pelota, futbol, el bobo. Ya más grandes era sentarse en el muro a hablar, o jugar la botellita y pegar labios sin saber qué hacer. Nuestra propia versión de Charlie Charlie, los secretos y los empates. Carajo, qué bien me caía la calle. Lamentablemente me tuve que mudar a un edifi

Venezuela se lo pierde VIII: Natalia

Ya yo he escrito demasiado de vos, Natalia. Ya se pone odioso esto. Se pone odioso, porque, carajo, uno no te debería querer tanto. Pero ¿Qué se le hace? Vos sois así de necia. Mirá qué necia que a pesar de haber profesado por casi todos los años que te conozco contra este país, cómo luchaste por él. Carajo, cómo te vi luchar por Venezuela. Desde la Universidad te revelaste contra lo que no sirviera, contra lo que pudiera ser al menos un poco mejor. Es decir, te revelaste contra todo lo que te rodeara. Te montaste una campaña para mejorar la Escuela de Letras, con tanto veneno como un capítulo de South Park. Y mira, aunque no se haya logrado, creo que abriste caminos para otros. Ya veremos. Desde la Universidad también y a mi lado construimos un Submarino Amarillo para salvar la ciudad de su aculturalidad. ¿Te acuerdas que le echábamos la culpa a la falta de oportunidades para apreciar la cultura? De nuevo, otros siguieron tus pasos y ahora se ven oportunidades. Pero la ciudad

Mi Querencia IV: Los trabajos de mi madre

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No se graduó, como la mayoría de su generación. No le dio tiempo. Tuvo que trabajar desde muy temprana edad, a pesar del reuma, para poder ayudar a su familia a subsistir. Y así comenzó una interminable dinastía del sudor en la que ha pasado por distintas posiciones, algunas más aventajadas que otra. Que yo sepa, fue gerente de un matadero de pollo y distribuidora a nivel nacional. Cuando era niño la esperaba llegar, así fuera muy tarde en la noche, para que me viera antes de dormir. Entendía que llegara tan tarde: era una mujer muy ocupada y tenía muchísimo trabajo en una empresa de eventos que dirigía. Aún así, la esperaba para que me cantara esta canción que cuelgo al final. Ni idea de por qué me gustaba tanto esa canción. Durante mi adolescencia también fue gerente: dirigía el restaurante de lo que fue el Club Comercio, hoy Capitán Soda. Gracias a eso pude aprovechar de días y días de piscina que me tostaron aún más la piel. Poco después se encargó de los restaurantes de l