Venezuela se lo pierde: El Panda - Por Rafael Polanco

La primera impresión que tuve del panda es que era familia de alguien. A ver, no es que sea un golem creado por alguna extraña alquimia, es que la primera vez que lo vi fue en una foto con mi pana Alejandro, con quien compartía un más que curioso parecido. Y después dicen que las fotos no capturan el espíritu.
Cosas del azar impulsado por la postmodernidad, que es bonito para “vainas que tiene el Facebook”, unos años después ese mismo carajo y otro puñado de personas serían parte de mi historia; el mejor party que me pudo poner el mundo por delante para lidiar con algo que no fue nada sencillo, emprender el viaje de regreso a casa. Mire usted que sería con el Panda con quien, por un acuerdo de esos sin palabras, compartí un vínculo que viene de haber visto el mundo y habértelo traído por dentro, y no querer soltarlo.
Pero la cosa va a más.
Primero fue Carlos por cortesía, luego pasó a ser Panda por complicidad y eventualmente Senpai por derecho propio. Sin duda que de Carlos he aprendido, y si tuviese que resaltar una virtud que Venezuela se pierde, es esa. El Panda enseña.
No solo fueron las clases de japonés, de las cuales aún me quedan gratos recuerdos y algunos conocimientos rudimentarios; también  fueron las noches de partidas de rol en la que descubrí lo que mucho que revela ponerse una máscara. Igualmente fueron las cocuiritas, los choripanes, los patacones, las hamburguesas y la promesa de una parrilla que sé que un día nos comeremos.
Pero sobretodo hay una cosa que me enseñó entre conversas, esas con más preguntas que respuestas.
Yo del Panda aprendí a la importancia de mirar a la pared, y por ello le doy gracias.
Ahora se va a Vietnam con su señora esposa Lucía, a seguir enseñando y a seguir aprendiendo. En Maracaibo los dos fueron embajadores de una cultura lejana de la que muchos hemos aprendido y que sé que a varias personas le ha brindado oportunidades que han cambiado su vida. En homenaje a la simetría y el balance, sé que también en Vietnam serán embajadores de lo mejor que podemos exportar en este momento los venezolanos.
Buenos vientos y buena mar, Panda, la legendaria suerte que a tantos asombra te acompañará, no porque Fortuna te deba algo, sino porque has sabido trabajar por ella. Quién sabe, el mundo gira muchas veces (365 al año) y capaz un día volvemos a hablar acerca del regreso a casa.
La primera impresión que me llevé del Panda es que era familia de alguien, y mira,  le di al clavo.

Éxitos, hermano. 

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