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La (media) vuelta al mundo en 6 días

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Cuando me dieron el trabajo en Vietnam, la primera preocupación fue el por dónde nos iban a traer hasta acá. Yo no tengo visa para entrar en Estados Unidos desde los años de Adán, y aplicar a una visa en Venezuela se estaba haciendo ridículamente difícil, como se puede ver en el diagrama de uno de los pasos iniciales antes de llenar la planilla en la figura a la derecha.  Pero claro, a pesar de comunicarle esto a Vietnam, ellos preferían pasarnos por EEUU. Era más barato, y habían harto más vuelos. Así que decidimos intentar aplicar a la Visa de tránsito, que debía ser más fácil ya que comunicaba la expresa intención de no quedarme en suelo Norte Americano, sino de ir a otro lugar en donde ya tenía contrato firmado y carta de aceptación y bla. Nada, la embajada de EEUU trató mi caso como una Visa de turista, primera vez, con todas las dificultades que eso implica. Todo, después de haber pagado la tarifa. 70000 bolos que no veremos jamás, porque por si todavía hay alguien que n

Venezuela se lo pierde: El Panda - Por Rafael Polanco

La primera impresión que tuve del panda es que era familia de alguien. A ver, no es que sea un golem creado por alguna extraña alquimia, es que la primera vez que lo vi fue en una foto con mi pana Alejandro, con quien compartía un más que curioso parecido. Y después dicen que las fotos no capturan el espíritu. Cosas del azar impulsado por la postmodernidad, que es bonito para “vainas que tiene el Facebook”, unos años después ese mismo carajo y otro puñado de personas serían parte de mi historia; el mejor party que me pudo poner el mundo por delante para lidiar con algo que no fue nada sencillo, emprender el viaje de regreso a casa. Mire usted que sería con el Panda con quien, por un acuerdo de esos sin palabras, compartí un vínculo que viene de haber visto el mundo y habértelo traído por dentro, y no querer soltarlo. Pero la cosa va a más. Primero fue Carlos por cortesía, luego pasó a ser Panda por complicidad y eventualmente Senpai por derecho propio. Sin duda que de Carlos he

Pandaventuras: En camino a Vietnam

En camino a Vietnam: Sao Paulo Pisar la línea que marcaba la salida del espacio nacional de Venezuela en el aeropuerto fue una especie de hito, aunque aún Lucía se queja por lo rápido y poco ceremonial que yo lo hice: simplemente di el paso. Ya afuera hemos estado más sensibles a las diferencias. Los tratos más distintos – más amables, porque los Venezolanos ahorita tenemos dificultades siéndolo – los acentos y ya aquí en Sao Paulo, las lenguas. Empiezo a recordar a los americanos que trabajan en la Escuela Bella Vista, cuando salían conmigo en Maracaibo, y martillaban su español para hacerse entender y mira, sobrevivir. Así me ha tocado con el portugués que, afortunadamente, se parece lo suficiente al español como para yo hacerme entender, como un perfecto idiota, pero hemos comido. Hasta pudimos salvarnos de la evangelización repentina de un aficionado de Pare de Sufrir – no estoy jodiendo – con un EU NO FALAR PORTUGUES. Parar de sufrir, bueno. Para eso estamos saliendo

Mi Querencia VII: Lucero del alba

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Listo. Ya está. Ya debo estar en camino a Vietnam. Si no lo estoy, y tengo internet, corregiré inmediatamente este post en las próximas horas. Si no lo corrijo, la próxima vez que escriba en este blog lo haré desde Vietnam. Me he ido porque estoy buscando al lucero de la mañana que Venezuela me prometió y murió sin poderme dar. Soy el amante que se va, en busca de algo que me alumbre los pasos. Lejos, lejos de esa callaaada soledad del monte, de arenales, de las dunas, de las montañas, del Ávila, de Coquivacoa y del río culebra infinita. No haré cantos de la Venezuela perdida en el tiempo, ya hice lo que tenía que hacer. La extrañaré mucho, y la llevaré conmigo, como la lleva consigo todo el pueblo nómada que somos, en que nos hemos convertido. Pero sépase, que aunque la luz se ha apagado y lo que queda en esa tierra es un no-estado, un no-país, no me he rendido en la idea de que, mira, podemos ser mejores. Y volveré con mejores armas para la lucha: construir un país

Mi Querencia VI: Sillas vacías

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Qué será, que cuando uno sale de último año de secundaria cree uno que se las sabe todas más una. Y esa una que sobra es la que te hace tan especial que, lo sabes, te vas a comer el mundo apenas empieces. Pero para qué empezar hoy, si hoy es celebrar que ya terminaste el último año, hace medio año ya, pero hay que seguir celebrando. Más o menos así comienzan las salidas de los que salen. Y todos salíamos, cuando salíamos mucho, sea a un lugar, a comer, a bailar, a escuchar música, o a casa de un pana. Esa última opción se ha vuelto ahora la sempiterna, la única, porque salir a cualquier otra parte a celebrar es medio suicida y poco también porque ya estamos viejos para la gracia –sí, ya sabemos que no somos especiales un carajo, que a lo mucho somos subespeciales, tan normales que somos a lo mucho una estadística, parte del rating-; pero antes no, antes estábamos jóvenes. E idiotas. Yo no me salvé de mis idioteces. Apenas al salir del colegio ya salía a lugares o casa de pana

Mi Querencia V: La calle

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Siempre me llamó la atención el término “patear la calle”. A lo mucho se le podrá dar un pisotón, pensaba yo cuando chiquito, que lo escuché por primera vez. Se lo escuchaba a este tipo calvo y seriesón que salía en la tele y todo el mundo trataba como la persona más importante de Venezuela. El presidente Pérez, que pateaba la calle. ¿Y qué le había hecho la pobre calle? A mí me caía bien la calle. No veía razón para patearla. A ver, si corríamos mucho en ella. Cada tarde a las 3 después de terminar la tarea era hora de salir a jugar con los de la calle. Los muchachos. Neutro, que incluía muchachas también que eran parte de los muchachos pues. El escondite, el toquitoqui, cuidado al cruzar la calle, pelota, futbol, el bobo. Ya más grandes era sentarse en el muro a hablar, o jugar la botellita y pegar labios sin saber qué hacer. Nuestra propia versión de Charlie Charlie, los secretos y los empates. Carajo, qué bien me caía la calle. Lamentablemente me tuve que mudar a un edifi

Venezuela se lo pierde VIII: Natalia

Ya yo he escrito demasiado de vos, Natalia. Ya se pone odioso esto. Se pone odioso, porque, carajo, uno no te debería querer tanto. Pero ¿Qué se le hace? Vos sois así de necia. Mirá qué necia que a pesar de haber profesado por casi todos los años que te conozco contra este país, cómo luchaste por él. Carajo, cómo te vi luchar por Venezuela. Desde la Universidad te revelaste contra lo que no sirviera, contra lo que pudiera ser al menos un poco mejor. Es decir, te revelaste contra todo lo que te rodeara. Te montaste una campaña para mejorar la Escuela de Letras, con tanto veneno como un capítulo de South Park. Y mira, aunque no se haya logrado, creo que abriste caminos para otros. Ya veremos. Desde la Universidad también y a mi lado construimos un Submarino Amarillo para salvar la ciudad de su aculturalidad. ¿Te acuerdas que le echábamos la culpa a la falta de oportunidades para apreciar la cultura? De nuevo, otros siguieron tus pasos y ahora se ven oportunidades. Pero la ciudad

Mi Querencia IV: Los trabajos de mi madre

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No se graduó, como la mayoría de su generación. No le dio tiempo. Tuvo que trabajar desde muy temprana edad, a pesar del reuma, para poder ayudar a su familia a subsistir. Y así comenzó una interminable dinastía del sudor en la que ha pasado por distintas posiciones, algunas más aventajadas que otra. Que yo sepa, fue gerente de un matadero de pollo y distribuidora a nivel nacional. Cuando era niño la esperaba llegar, así fuera muy tarde en la noche, para que me viera antes de dormir. Entendía que llegara tan tarde: era una mujer muy ocupada y tenía muchísimo trabajo en una empresa de eventos que dirigía. Aún así, la esperaba para que me cantara esta canción que cuelgo al final. Ni idea de por qué me gustaba tanto esa canción. Durante mi adolescencia también fue gerente: dirigía el restaurante de lo que fue el Club Comercio, hoy Capitán Soda. Gracias a eso pude aprovechar de días y días de piscina que me tostaron aún más la piel. Poco después se encargó de los restaurantes de l

Notas de Esfiria: Los gigantes

Tanto han comido que se han vuelto lentos e infinitos. No por cantidad o inmortalidad, sino por su inmenso tamaño y la lentitud con la que desarrollan una idea. No siempre fueron gigantes, alguna vez, hace muchas lluvias, fueron esfires comunes. Cuentan que un mal día les dio un hambre que nunca terminó, y empezaron a comer cosas de cada vez mayor tamaño. Un mal día, el primer gigante empezó a comer una montaña. Y se hizo más grande. Los otros, que también tenían hambre, empezaron a hacer lo mismo. Así, acabaron con toda la zona montañosa de Tierra Tenue, dejando espacio para el desierto que luego se formaría.  Ya no se ven gigantes en el continente central. Cada vez más y más se fueron fastidiando de tanta luz y tanto ruido de las máquinas cuando las máquinas empezaron a aparecer. Fueron migrando, lentamente, al sur, cada vez más al sur, hasta que un día pasaron el mar Estigio caminando. Hoy, todos los gigantes viven en el continente abismal, al sur del sur, relegados casi al olv

Notas de Esfiria: Estrelladero.

A 4 días al oeste de la costa oeste de Tierra Central de Esfiria existe una isla cuya arena es absolutamente metálica. Los pocos marineros que la han visitado dicen que la razón por la que es así es porque recibió, en algún momento, una lluvia de relámpagos que metalizó la arena y destruyó toda forma de existencia. Otros dicen que cuando los dragones poblaban la esfera iban a esa isla a aprender su característico aliento mortal. Nadie sabe con certeza, porque casi nadie se aventura a navegar más allá de la línea costera. Excepto Maoly, la capitana del Fugaz. Visita la isla cada cierto tiempo, cuando necesita tripulantes. Los que han tenido la suerte de ver al Fugaz han notado a sus pequeños y extraños tripulantes. Pequeñas bolitas brillantes con puntas por extremidades, grandes ojos y expresiva boca que usan para hablar un lenguaje titilante. Gracias a Maoly se sabe que estos seres habitan dicha isla, y que son estrellas caídas que no lograron fecundar nada (porque no hay nada qu

Mi querencia III: Profe.

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Desde que la profe me amarró los zapatos por vez primera supe que esa mujer debía tener un acceso sobrenatural a todo el conocimiento del mundo conocido y por conocer. Crecí y me di cuenta, en mi adolescencia, que existen profesores malos, y luego conocí a los piratas; pero siempre hubo una que otra Nílibe, o Mario, o Vilchez que en la universidad me volvieron a amarrar los zapatos y mira, sí, ese acceso al universo del conocimiento que, qué loco, sí tienen.  Cuando elegí estudiar letras en la universidad fue porque quería ser escritor. Un cuento que todo el mundo me aplaudió cuando chiquito me hizo creer la mentira de que yo podía ser un escritor fantástico. Afortunadamente me di cuenta a tiempo que nada que ver. Que no tenía chance más que de contar buenos cuentos y amarrar con teipe una que otra frase.  El problema es que me di cuenta de esto ya cuando estaba en letras. Ya estando adentro, si no voy a ser escritor ¿qué carrizo iba a ser? Un par de años vacacionales me dejar

Venezuela se lo pierde VII: Enkai

Este no es un video, así que pueden leer con calma. Lo sé, igual cuando yo se los digo es menos de fiar. Pero de pana, no es un video. Es un recuerdo. O la falta de uno. Porque la verdad es que después de haber trabajado directamente con Oswaldo - o mejor por su nombre, Enkai - por años, nunca lo vi serio. No quiere esto decir que no era capaz de hacer un trabajo serio: es una de las personas más emprendedoras que conozco. No. Sino que nunca faltó en su cara, y en su agenda, tiempo para una risa. O para un video raro. En serio raro. Muy raro. Pero por eso lo queríamos. Porque incluso en tiempos difíciles no se le acababa el optimismo para seguir adelante. Hasta que se le acabó. Porque Venezuela es especialmente talentosa en romper gente inquebrantable. Es otro de los fundadores del GOEN, y es, en especial, mi buen amigo. Pero a Enkai no lo rompió. Enkai, como muchos, decidió que Venezuela se lo pierde. Y nosotros nos quedamos, apenas, con los videos que nos sigue pasando

Mi querencia II: Sapo

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Yo no quería ser Simón Bolívar en la obra de la escuela. Le tenía una especial renuncia a tener las patillas que, irónicamente, llevaría años después en mi adolescencia. Pero, hey, si Guillermo Griborio era Simón Bolívar, yo entonces quería ser Simón Bolívar. A todas estas, quien yo quería ser en verdad era Guillermo Griborio: la mejor nota del salón, y de paso, tenía a todos por amigos. Yo, que no entendía entonces de cuestiones socio económicas, no podía comprender cómo es que nadie quería ser mi amiguito. Ya, grande, me doy cuenta. No es que no querían, sino que yo no podía estar en sus clubes. Mi madre (sin mi padre), con mucho esfuerzo y sin una educación superior ni un gran trabajo, lograba alimentarme y, de paso, darme la mejor educación posible. Es por eso que pude estudiar en el Bellas Artes, con los hijos de los dueños de la ciudad, siendo hijo de Ana Morillo: para la ciudad, no mucho; pero para quien la conoce, la fuente de todo el guáramo.  Por eso quería ser Simón Bol

Venezuela se lo pierde VI: Los fundadores

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Con tequeños todo, sin tequeños nada. Con tequeños, en la sala de Eleuda, decidimos que el nombre sería GOEN. Significa, en japonés, encuentro afortunado. Aquel en verdad era un encuentro afortunado, porque ya hasta les había conseguido un espacio en donde operar: un círculo de estudio de japonés que se podría reunir en la biblioteca pública todos los domingos, siempre y cuando dieramos un curso gratuito a la comunidad. Eso hicimos.  Eso seguimos haciendo.  Eso seguirán haciendo las nuevas generaciones.  Ya no son gratuitos, a razones de operatividad. Ya no se hacen en la biblioteca pública del estado, y ya no se hacen para cubrir una promesa. Se hacen porque es la razón de ser del GOEN: hacer de esta ciudad un lugar culturalmente, aunque sea un poco, mejor.  Kotori senpai, Francisco, dio las primeras sonrisas a los primeros estudiantes. De él, sin duda, nació la forma de estudiar en GOEN "Estudiar de forma divertida".  Su eterna compañera, Marjo, le dio

Mi querencia I

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No sé si este es el primer recuerdo que tengo que es así, tricolor. Pero es el que me viene a la cabeza ahora. Advierto que para poder contarlo tuve que pegarlo con cartón. Es un recuerdo roto. Mi madre me regaña por mirar al suelo mientras camino. Un día de estos voy a terminar por estrellarme contra un poste, como varias veces lo hice después. Pero en ese día no. En ese día caminábamos al carro, el cual tardó en arrancar. Entonces me parecía infinito, el espacio de la parte trasera, en donde iba solo. Me estiraba, acostado, y mis pies no alcanzaban la puerta. Miraba al cielo a través de la ventana, interrumpido de vez en cuando por un poste y sus cables, o por el techo de un puente en la autopista. Cruzaríamos el puente sobre el lago. Creo que es primera vez que lo veo. Lucero de la mañana. Se hace de día y la luz atraviesa un lago que, mira mamá, tantos barcos. Tantos barcos. Tardamos una eternidad de 30 minutos en cruzar el puente, que le da a mi mamá tiempo para cantar es

Venezuela se lo pierde V: Mau

Llega tarde este texto porque seguramente apenas ahora se está dando cuenta de que, de hecho, se fue. Mau nunca fue Maurizio, aunque de pana que se intentó llamarlo así. No, siempre fue un Mau. Muy Mau. Tan Mau que, toda la brillantez de una de las mentes más fascinantes que he conocido en lo poco que llevo de vida (Ja) nunca brilla con toda su fuerza por no opacar. Y no crean, no es la humildad lo que la hace este efecto, es que brillar da flojera.  Afuera, imagino, no le quedará de otra. Su mente, ingenio y aparente desprecio por una vida de engranaje lo llevará, imagino, a las más locas aventuras. Compartirá su avidez y claridad política con países que quizá no la necesiten tanto, y todo su ingenio técnico y tecnológicos quedarán para desarrollar más el desarrolló en vez de pa' sacarnos del hueco en donde estamos.  No se le puede culpar. Si se queda acá, capaz un día en un atraco, como el que ya había sufrido poco antes de irse, explote una de las abudantes balas de Ve

Dos por persona

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Esta es una historia de supermercado en la Venezuela socialista. Dígale a sus hijos que se vayan a acostar, que ya es tarde.  Nos enteramos de que había salsa de tomate en el Mercasa (no sé si se escribe así, no me importa tampoco) que queda frente al centro comercial Galerías Mall. Hicimos lo que se hace en estos casos en que uno consigue estas cosas que uno usa a diario y ya no se consiguen: dejar despavoridos todo lo que estábamos haciendo y nos fuimos inmediatamente - cédula laminada en mano - a comprar.  Sí, aquí, donde te robaron el celular.  Llegamos y nos sorprendió el que no oliera a carne podrida. Verán, últimamente cada que vamos a un super hay algo que se ha podrido y se ha quedado olvidado ahí. Alguna cosa con la que habrán abastecido los anaqueles vacíos y nadie compró, porque la gente querría alguna nimiedad capitalista como papel tualé o leche.  Contentos, agarramos nuestra salsa de tomates Heinz y algunas otras cosas como para desayunos o cenas. N