Yamagata 1, el toddy, el abuelo y el meñique

Hace unos 3 años viví dos meses en un barco. Antes de eso, el programa que me llevó a vivir esta experiencia me llevó a vivir dos días en Yamagata, una provincia al norte de Japón, para sentir lo que era un día en una familia más o menos típica de la zona. Por dos días, mi compañero, Cesar, y yo, tuvimos un papá, un mamá, una abuela, un tío, un hermano mayor, un hermano menor llamado Shimon - el cual constantemente recalcaron el parecido con el libertador de Venezuela - y un abuelo muy especial. 

La primera noche fue tratar de conocernos. Tratar, porque para esa altura nuestro japonés apenas y alcanzaba a comunicarnos. El poco inglés de ellos, y el poco japonés de nosotros, alcanzó para intercambiar regalos de apreciación, por la visita y por el hospedaje. Nosotros le dimos chocolates, productos de nuestra tierra (cuando se conseguían...) y Toddy. Este último fue un particular éxito: a Shimon, el libertador, le encantó. 

kurisuto benudito kesu esu esuta bebida de kamisesesu
El chocolate, nunca supimos si lo probaron. Sí vimos que lo ofrecieron en el altar de la casa, a sus ancestros. Ahora que lo pienso, ¿será que nos faltó ofrecerlo nosotros a los nuestros?

Del día siguiente recuerdo honestamente poco. Comenzó con una sonrisa pícara. El abuelo, contento, despiertísimo, nos había preparado una cata de una cantidad incontable de licores, sake en su mayoría, de distintas partes de Japón. Comenzamos a tomar esa mañana, y de ahí perdí la capacidad de grabar en mi memoria todo lo sucedido.

Así que quieren Sake... 
El blur de movimientos del día me lleva a un templo, un carro, ramen, más cerveza, otro licor raro en le medio de una montaña, otro templo, la sacerdotisa Kikyo, dos personajes de Tekken, y recobrar la conciencia en la casa, de nuevo, tomando una cerveza. Pensaba yo en mi inocencia que el día estaba terminando, y que ya no beberíamos más, pero no. Este señor se acercó a nosotros, de nuevo, y nos invitó a salir. Poco entendíamos de lo que nos decía, ya que además de hablar un japonés muy rápido, tenía un acento muy propio de la zona, que no viene en los libros con los que uno aprende el idioma nipón. Caminando, nos llevó a las capillas shintoístas de la zona, a que ofreciéramos nuestro respeto. Lo hicimos, pero de mala manera, pues no debíamos hacer lo que hicimos: aplaudir y reverencia. No, eso es para los otros templos. En estos debes "beber con dios". ¿Le entendimos bien? Sí, eso dijo. Beber con dios. Para eso debíamos tocar la puerta de la capilla, lo cual hicimos, y para nuestro susto dentro estaba un viejo bebiendo pegado de una botella de sake. Nos despabilamos, saludamos a dios, y bebimos con él. Se puso tan contento, que nos llevó a una especie de restaurante cercano, en donde otro montón de señores más o menos de la misma edad bebían y comían. Saludaron, con reverencia, a dios, y a nosotros, que éramos su invitado. Nos sentamos con ellos (habían muchas espadas en las paredes), nos sirvieron comida, más bebida y celebramos. Aún no estamos seguros de qué.

Se hacían llamar La Familia, y ya nos estaba dando un aire sospechoso cuando nos invitaron a tomarnos una foto con ellos. Inmediatamente, como si lo hicieran de cada rato, los señores, haciendole honor a su sangre, se pusieron en fila, nos sentaron como debíamos y chaz, la foto más extraña en la que está mi cara.

Dios está aquí, tan cerca como a dos puestos de mí. 
Nunca estuve seguro de si nuestras sospechas sobre la familia eran ciertas. Al final de cuentas, terminamos de tomar y comer para irnos a casa a tomar y comer más. Es que en invierno, se bebe mejor.

Sin embargo, familia o no, siempre mantuve escondido el meñique. 

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