Venezuela se lo pierde I: Napo
La primera vez que supe de Napo me pregunté por su nombre, como seguramente hacen los que leen esto y no lo conocen. Fue ya después, en alguna de las noches en las que nos reuníamos a beber conversaciones hasta que alguien se quejara por el trabajo al siguiente día o el periódico del día nos sorprendiera cayendo en el patio, que me enteré que era por Napoleón Bonaparte. Nada tiene que ver, creo, con lo que vi en Napo. Espero que tenga que ver con su futuro, y conquiste parte del mundo, sin ser derrotado en ninguna Waterloo.
Reconocí su genio la primera vez que supe de él, porque no fue su cara lo que vi, sino su texto. Su rostro desde entonces fue un fantasma para mí, uno de esos panas de los panas que se fue a vivir a otra parte porque patria. Por avatares del buen destino Napo regresó a su país hace dos años; trajo un acento refinado, conversaciones infinitas, un maletín de curitas para una de mis mejores amigas, y el mejor ritmo que he visto al bailar el estilo de la escoba que se está cayendo y mira, no, no se cayó.
Le decían la Napopedia, pues sin internet te puede decir casi cualquier dato útil o no sobre casi cualquier tema. Los demás, los temas que no maneja todavía, los está construyendo. Empezó a estudiar japonés en el GOEN y tuve la buena suerte de darle clases. Espero que aún recuerde algo de lo aprendido.
Dos años pasaron, y Napo ya se tuvo que volver a ir. Venezuela le dio ese tierno abrazo de gordo sudado que nos ha dado cuando nos toca decir: "pero tenemos patria". Napo no pudo conseguir dónde desarrollar todo el potencial de alguien al que puedan llamar Napopedia. Y no es sorpresa.
Venezuela se lo pierde.
Me queda de él: una taza de café, una caja de cartón de buenos recuerdos y una amistad que puede entender casi cualquier cosa que le digas, pues recuerdo con mucho cariño que ha sido la única persona que ha entendido, por completo, sin haber ido, lo que fue estar 2 meses en el mar.
Here's to Napo, que el mar de plata sea el trampolín necesario.
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